Sí hay vida después de la guerra

«Sudoroso, con el corazón a punto de salirse de su pecho y los pies convertidos en ampollas sangrantes, luego de una semana de fuga por el monte, Luis García se preparó para enfrentar su destino, a las puertas de una base militar, en Nariño. Vestía el uniforme y las botas que lo distinguían como miembro del Frente 29 de las FARC-EP».

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Luis García es un hombre que desde muy pequeño fue reclutado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia - Ejército del Pueblo (FARC-EP), en el departamento de Nariño. Por mucho tiempo vivió en el monte sin poder ver el mundo que lo rodeaba. Al pasar los días, Luis logra encontrar la oportunidad de empezar de nuevo en la ciudad de Ibagué, con el apoyo de la organización Gestores de Paz. Dicha institución le brindó la ayuda necesaria para reintegrarse a la sociedad y promover la paz, libre de armas, convirtiéndose en un joven zapatero muy reconocido, que construyó un taller para que los jóvenes aprendieran el bello arte de hacer zapatos. Llegar a Ibagué fue un suceso inolvidable en la vida de Luis, pues fue allí en donde conoció a una mujer hermosa, que años más tarde se convertiría en su esposa y lo ayudaría a cumplir sus sueños.

Sudoroso, con el corazón a punto de salirse de su pecho y los pies convertidos en ampollas sangrantes, luego de una semana de fuga por el monte, Luis García se preparó para enfrentar su destino, a las puertas de una base militar, en Nariño. Vestía el uniforme y las botas que lo distinguían como miembro del Frente 29 de las FARC-EP. La vida le tenía reservada una sorpresa y una nueva oportunidad, «todos me felicitaban por haber tenido el valor para salirme, me llevaron a una oficina y allá entregué todo. Llegué caminando como un loro porque en el monte solo me podía mover por los cauces de las quebradas y los ríos para que no me siguieran». Cuando se quitó el uniforme por última vez, la piel de sus pies quedó pegada en las medias. Fue el último dolor físico que le causó su pertenencia al grupo guerrillero y la puerta a una nueva vida que comenzó quince días después cuando la Agencia Colombiana para la Reintegración lo trasladó a Bogotá.

Luis tenía apenas 13 años cuando se convirtió en miliciano de las FARC-EP. Pero a medida que fue creciendo sintió el peso del aburrimiento en su existencia, «eso allá no es vida, no hay nada qué hacer y como la presión del Ejército en la zona era tan fuerte, vivíamos moviéndonos de un lado para otro. Allá uno a toda hora está con miedo. En cualquier momento le pegan a uno un tiro, por ahí queda herido. Uno no tiene tranquilidad allá ni nada». Esa noche del 2007, Luis entró en una vida que poco había conocido, pues su niñez transcurrió entre hombres armados. Finalmente decide llegar a Ibagué, donde recibió atención psicológica, educación y capacitación por medio de la organización Gestores de Paz, que la Alcaldía conformó para ayudar a las personas a que promuevan la paz. Todo era nuevo para él, debido a que la ciudad era gigante ante sus ojos y se perdió varias veces.

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El acompañamiento psicológico lo ayudó a decir que el pasado quedó atrás y no le hiere. En ocasiones se desvelaba pensando en un cambio que le permita una transformación a la sociedad. «Al principio fue muy difícil y ahorita uno ya no quiere saber nada del monte. Como yo no había estudiado ni la primaria, en Ibagué lo hice por medio de validaciones». Gracias a la organización recibían 100 horas de inducción, donde le enseñaban las calles y los lugares de la ciudad. «A lo último uno se enseña. Estaba por ahí tranquilo durmiendo y pasaba un camión o un carro haciendo mucha bulla y se paraba uno asustado, porque uno en la montaña no escuchaba nada, el silencio nada más. Los pájaros se escuchaban en la mañanita, y los grillos de noche». Cerca de su residencia donde vivía se encontraba un joven que arreglaba zapatos, mientras escuchaba música clásica. Sutilmente se acercó a tal persona y le pidió trabajo. Allí empezó a embolar y, con el tiempo, prometió convertirse en el mejor zapatero del mundo.

Conoció a su esposa, quien trabajaba en una peluquería, cerca al local donde él trabajaba. Ambos decidieron dejar su empleo y empezar un proyecto juntos, que fue una fábrica de zapatos. Ella estaba con los que elaboraban el calzado y él, entre los vendedores. Entonces se dieron cuenta de que ahí podía haber un negocio para ellos. Así que decidieron instalarse por completo en Ibagué. «Allí también recibí capacitaciones, y estudié para el proyecto de costura, donde aprendí a manejar las técnicas que se requieren para hacer un calzado. Compramos un par de zapatos, los desbaratamos y de ahí sacamos el molde». Así comenzaron su proyecto en el mercado con los zapatos, elaborados en la casa donde vive con la familia de su esposa, en un barrio de la ciudad.

20190419200450 IMG 0905 copiaCon el tiempo, García y su esposa, decidieron crear un taller para los jóvenes, un espacio donde ellos podían aprender las técnicas básicas para arreglar un zapato, esto con un objetivo claro: ayudar a que se alejen de las armas, del mal camino y que lleven una vida promoviendo la paz. Los jóvenes ganarán experiencia y podrán aprender modelajes para hacer sus propios diseños, llenos de este nuevo arte, haciendo que su imaginación y creatividad no pare de crecer al diseñar zapatos. Sus alumnos lo consideran como «el abuelo del barrio» ya que con su paciencia y sabiduría logra llegar a ellos, por medio de risas y cuentos acerca de la guerra. En sus manos se refleja el duro trabajo que lleva acabo día a día, en su rostro la preocupación de qué pasara mañana y su cuerpo gibado, demuestra el sacrificio de estar sentado en una silla, casi las 24 horas, arreglando zapatos.

 

Hoy, con 35 años y 10 de experiencia, García sigue firme en sus sueños. Él se considera todo un personaje, pues más allá de hacer zapatos, hace arte. Su sello personal es lo original, lo inusual, lo raro. Parece que su mente ve en cualquier zapato todo un mundo de posibilidades, cosa que soñaba cada vez que estaba en una selva. «El día que me muera quiero que cojan mi pellejo y me hagan un zapato. Así podré morir completamente feliz», afirma García.

20190419201019 IMG 0921 copiaMientras habla, sus ojos se pierden constantemente entre los recuerdos y algunas cajas llenas de zapatos, de todos los tamaños. Recuerda sin tormento aquellos largos años perdidos en la guerrilla, aunque al principio, cuando se acordaba, se ponía muy mal. Ahora siente que está en otra vida, lejos de todo aquello. Celebra la libertad que tiene y está orgulloso de su trabajo. García se hace llamar «el zapatero ‘zoñador’» (él lo escribe así, con z), pues sabe que lo único que no tiene precio en la vida es la posibilidad de soñar y de hacer lo que se quiere con el corazón. Eso lo tuvo claro desde pequeño, cuando decidió dejar las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia - Ejército del Pueblo.


Ralizado por: Ana María Ospina Sánchez, estudiante del programa de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de Ibagué.

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