¿Por qué es tan perjudicial el adultocentrismo en política?

Por: William Rendón

Todos hemos oído frases tipo “usted está muy joven para entenderlo”, “en esta casa mando yo”, “cuando gane su sueldo hablamos”, “usted que va a hablar de guerra si ni había nacido”... Estas, son una clara evidencia del denominado adultocentrismo.

El adultocentrismo es una visión del mundo a partir de un criterio biológico de subordinación hacia grupos jóvenes. Según la profesora Dina Krauskopf, “se traduce en las prácticas sociales que sustentan la representación de los adultos como un modelo acabado al que se aspira para el cumplimiento de las tareas sociales y la productividad. Ello orienta la visión de futuro para establecer los programas y políticas, los enfoques de fomento y protección del desarrollo juvenil” (1998).

Esta concepción de lo “adulto” como representación de rigor, madurez, experiencia y criterio, es bastante peligrosa, ya que determina una dualidad antagónica en la sociedad, en tanto las personas adultas toman una posición arbitraria de validez y superioridad por encima de otras generaciones.

Del mismo modo, el adultocentrismo resulta siendo altamente perjudicial en la actividad política, puesto que pone en duda las acciones, lenguaje y capacidades de las edades más jóvenes en el operar y desenvolvimiento político.

Recuerdo aún con claridad la vileza con la que, para ese entonces, el presidente del Congreso de la República, Ernesto Macías, silenciaba la intervención de la joven representante estudiantil Jennifer Pedraza, expresando: “30 segundos niña, termina” (El Espectador, 2018). Esto no solo es una forma de limitación, sino, además, un constreñimiento a la libertad de expresión de las generaciones más jóvenes.

Creo entonces que es justo allí desde donde el adultocentrismo termina siendo altamente perjudicial. Desde su establecimiento en la política, éste implica una pugna desigual en las dinámicas de poder, invisibilización, segregación, exclusión social, manipulación política, y por supuesto, una forma más de discriminación.

Así las cosas, el adultocentrismo político se presenta como una imposibilidad frente a las banderas de un orden social y democrático, puesto que, a) no permite la apertura y el reconocimiento de los nacientes nichos de opinión, b) reduce la participación política de un grupo social importante, c) impide el acceso de jóvenes en puestos de relevancia política, d) genera un debilitamiento en la legitimidad institucional, y e) propicia un enquiste de las estructuras de poder tradicional.

En este sentido, me parece fundamental reconocer los aportes que generan las bases sociales juveniles como una resistencia al adultocentrismo político. De igual forma, es necesario generar una trasformación cultural que permita la inclusión de los jóvenes en los escenarios de participación política, ya que cuando se minimiza a una niña, niño, joven y/o adolescente, se limita la posibilidad de una construcción de sociedad más justa y equitativa.

“Si ustedes los jóvenes no asumen la dirección de su propio país, nadie va a venir a salvarlo. ¡Nadie!” (Jaime Garzón, 1997).

Referencias bibliográficas

 

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