Un bocado del mangostino

«¿Quiénes eran los Tigres del Suroccidente? Cinco hombres: dos reporteros novatos, un periodista con 8 Mangostinos encima (...) »

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En el Festival Nacional de Música Mangostino de Oro, los versos de un rapero se robaron los aplausos; a un jurado el tiempo le pasó factura: debió dejar su asiento y realizar una especie de calentamiento, parecía como fuera a competir en una carrera atlética; un músico cayó desgonzado en la tarima; tres promesas nariñenses enfrentaron 20 horas de viaje en bus para arribar a un horno: Mariquita. Y falta más…

Sin duda alguna, es una muestra cultural que no tiene nada que envidiar a otros festivales. Los artistas invitados respondieron a las expectativas. Desde el 16 hasta el 19 de agosto de 2019, el Coliseo Humatepa acogió a los amantes de la música tradicional; aquellos procedentes de diversos lugares del país como Antioquia, Pereira, Ibagué, Neiva, Bogotá, entre otros.

Recuerdo a un grupo de antioqueños disfrutando de las presentaciones con unos tragos de aguardiente. Otros, prefirieron pasar el calor con cerveza o ron. Las tradicionales ‘botas’ estaban colgadas al hombro de uno que otro adulto con canas. Cabe resaltar que, a la mayoría del público, ya se les notaban los años. Para los colaboradores del Festival se dispusieron zonas VIP delimitadas con vallas. En medio, un corredor estrecho que usé como asiento y ángulo fotográfico.

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Arrodillado, acurrucado, incómodo, atento y testigo. Así me encontraba durante 7 horas. Cada cierto tiempo se acercaban fotógrafos, periodistas o curiosos. Camilo Yepes era otro reportero que se ubicaba en ese ‘pasillo’. Él es productor de ‘Suena Mi Tierra’, un programa de música andina que tiene lugar en El Anzuelo Radio, de la Universidad de Ibagué. A Camilo lo había visto un par de veces. La primera cuando concluyó la visita de ‘primíparos’ a El Nuevo Día (medio impreso de la ciudad de Ibagué). Fue el encargado de tomar la fotografía que ocuparía un espacio en la edición impresa al día siguiente. Luego, haría presencia en diferentes eventos institucionales. Pasó del trajín periodístico a la vida de oficina, a jornadas de concreto, y después, a comer durante algunas presentaciones. Mientras los músicos entregaban su mejor versión, Camilo daba lo mejor de sí para arrancar trozos de carne, pasar el arroz y culminar con una hamburguesa ‘la noche del baile’. Saludaba a la mayoría de artistas. Mientras mi compañero y yo escuchábamos salsa, pop o bachata, Camilo reproducía música andina. En una oportunidad, nos compartió una obra, en pleno almuerzo.

¿Qué podía ser más colombiano? Escuchar música de la tierra en medio de un solar amurallado. Escuchar música al tiempo que los vientos de agosto se pasean por las calles y se balanceaban las ramas de aquel árbol de mango. Además, se balancean recuerdos…

«Buenos días, me preguntan los compañeros que si son los Tigres del Norte, comentó un hombre.

«Nosotros somos como los Tigres del Suroccidente», respondió Martín Parra.

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¿Quiénes eran los Tigres del Suroccidente? Cinco hombres: dos reporteros novatos, un periodista con 8 Mangostinos encima (y no hablo del fruto), un director de contenidos de Folklore Radio y un especialista en pedagogía del folclor. De Tigres, no teníamos mucho. Tal vez, las ansias por devorar nuestra presa: el desayuno. Era nuestro primer ‘concierto’: los nervios se desvanecían con el café; la garganta se hidrataba con cucharadas de changua; el público, los cocineros, eran nuestra salvación. 

Martín Parra era la voz principal. Pablo Sarabia tocaba el tiple (pero no lo tenía a la mano). Camilo Yepes ocupaba la guitarra, era el complemento de los temas. Jorge Montaño (mi compañero) estaba encargado del bajo, entradas precisas, pero sin robarse los reflectores. En cuanto a mí, no sé, ustedes me pueden poner cualquier instrumento. A grandes rasgos, esa podría llegar a ser la composición de la banda. 

Lastimosamente nos ‘encarretamos’ con esto. Algunos desde hace 3 años. Otros, hace 15, 25 o 40 años. Cuando Martín Parra dejó de vender discos y trabajar con festivales llegó a tener un listado de 300 clientes. Con el pasar del tiempo llamaba...

– ¿Quién lo necesita?, respondían.

– Martín Parra, aseguraba.

– Sí, él lo escuchaba a usted mucho. Él murió hace unos meses…, hace un año, y así.

«Hermano, de ese listado de 300, no hay 30», explica Parra. 

Distinguir a Parra era tarea fácil. La gorra roja lo delataba. Lo delataba también, su promesa de hablar poco. Prometía tomar un minuto y el cronómetro del celular ya pasaba por cinco. Además de las historias y las anécdotas, no deja de lado su papel como periodista. Es consciente que la música folclórica debe conquistar otro público: los jóvenes.

Bueno, y ¿cómo es eso? De acuerdo a Martín, la radio y otros canales de comunicación (como este) deben propiciar los escenarios que permitan divulgar otras representaciones de la música nacional. «Cuando en la radio no se habla de estos eventos, la gente nunca va a saber de esto. Hay otros mercados a los que llega otro tipo de periodismo. Del fútbol hablan los unos y los otros», afirma el hombre de Folklore Radio.
Sin duda, es innegable que debe existir un acompañamiento de los medios para generar y mantener un público, y considero, el Festival, es el medio más apropiado. Si las presentaciones, la interpretación, el ambiente y los imprevistos, no lo enamoran, déjeme decirle que debe ir al médico, o mejor no, de pronto resulta peor.

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Como dice Parra: «hay música que es para ver. Hay música que es para escuchar y hay una para bailar». En este caso, la música entró por los ojos. No soy seguidor de la música tradicional, es más, nunca había escuchado más de tres canciones populares, y el Mangostino me ‘sometió’ a más de veinte.

Me sometió a repensar cuál es el futuro de esta música, cuál es el futuro del Festival y quienes lo cubren. Sobre todo, qué pasará con el público que yacía sentado en las zonas VIP. En unos años, sus rostros, sus ponchos y su alegría, ya no estarán. Sin embargo, puede que la alegría se mantenga con los bebés que subían y bajaban de brazos, con aquellos niños que jugaban con las latas de cerveza, con aquella pareja de novios. Incluso, aquella fila de niños y adultos fuera del coliseo, sentados sobre el césped o recostados a muros; con aquellos bailarines y ‘parejas improvisadas’ que bailaban en una ‘baldosa’. Bailaban a contados metros del baño, querían más espacio. ‘Corran esas mesas para poder bailar’, gritó una mujer a quienes estábamos ocupándolas. Se trataba del espacio de prensa y emisión radial.

Si los jóvenes son flechados, puedo asegurar que más crónicas pueden esperar. Más agua podré beber, más sudor podré derramar y más historias podré contar. Por lo pronto, alístese para la edición número 25, la ‘carta del almuerzo’ (el folleto de presentaciones) puede estar sabrosa, diría un paisa con una copita en la mano. 

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Realizado por: Edgar Leonardo Silva Tafur, estudiante del programa de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de Ibagué.

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