Magia, paz y tranquilidad Finca La Rivera

«Finca La Rivera permite conocer algunos de los momentos más relevantes de la historia y la violencia colombiana, con el fin de crear un espacio de reflexión, de patrimonio cultural»

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Después de cruzar el teleférico, el mundo, o en este caso mi mundo, es totalmente diferente. El ruido del tráfico citadino es remplazado por el canto de las aves y el olor penetrante de los gases de los buses va desapareciendo por el camino a Juntas y finalmente se pierde en el campo donde el aroma del café recién hecho invade el ambiente y señala el arribo a Finca La Rivera.

Alrededor de 1900 llega el hacendado Martín Restrepo a la zona del Cañón del Combeima donde en un futuro se fundará el corregimiento de Villa Restrepo, que se nombró así en honor a su memoria. La vivienda original era una pequeña casa de madera, con 3 espacios internos, dentro de 100 hectáreas. Las familias que trabajaban para el señor «feudal» recibieron con el paso del tiempo algunas parcelas como forma de pago por sus labores agrícolas. En los años 60 la familia de Juan Felipe Valbuena, actual dueño de Finca La Rivera, dejó sus tierras a causa de la violencia bipartidista. Su ausencia se extendió hasta la década del 80, cuando de regreso en sus tierras encontraron la oportunidad de generar un cambio que les ayudó a cerrar el destierro a causa de la guerra, es así como apareció el primer teleférico en la región.

La taza de café estaba en el punto perfecto un poco caliente y bajo de azúcar. El aroma, que es esencial para decirme si me place o no probarlo, me atrapó y observando cómo mis compañeros de viaje, 'Nana', una perrita criolla, y Samuel, mi hermano menor, reconocían el lugar fije la mirada en otro lado, justo en un mural que está al respaldo del puesto de control del teleférico ahí vi el rostro de un niño indígena, lo identifique por sus rasgos y me dibuje en la memoria el recorrido de nuestros ancestros indígenas, los Pijaos, llamados en esta zona Dulimas por la cacica que gobernaba dichas tribus. Regresé mi memoria al camino de la Finca y sonreí mientras pensaba como este grandioso lugar ha sido trabajado por indígenas y campesinos.

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Es inevitable no sentir la frescura en la piel y la punta de la nariz congelada mientras caminamos al cuarto. Estando allí y al cerrar la puerta me generó curiosidad el eucalipto que colgaba al respaldo de esta, resulta que la planta aun estando seca ayuda a que no se genere humedad en las habitaciones y como buen amante de los olores me acerco para que el aroma se me quede guardado en un suspiro. 

Lo bueno de la mañana y la tarde en Finca La Rivera es la frescura, pero, al caer la noche es aún más excitante, el frío va llegando con una lluvia de estrellas que más tarde alumbra el paisaje junto a la fogata que despliega su cálida llama, esto me hace sentir que los guardianes del territorio están aquí en toda esa vida llamada naturaleza. El fuego es luz, abrigo y alimento para nosotros, es impresionante como un elemento tan peligroso llega a ser tan útil para la vida del hombre.

Al cruzar el pórtico de entrada a Finca La Riviera las máquinas de coser, el fonógrafo, el teléfono antiguo, la descerezadora de café y los estribos de hierro rompen el umbral del presente y pasado.

Para los 90 las personas se empezaron a preguntar qué eran esas canastas gigantes, el teleférico mandado a construir por el señor Misael Valbuena empezó a causar curiosidad en los transeúntes que paseaban por el Cañón del Combeima. En el año 2006 se abren las puertas al público a lo que hoy se conoce como Finca La Rivera.

Uno de los atractivos del lugar es la caminata ecológica que conduce a la casa de madera que lleva más de cien años allí. En sus pasillos y habitaciones se encuentra, en este 2019, el tema de la lucha por la tierra, esta frase se encuentra escrita en la entrada; resulta que esta dinámica se hace con la intención de educar a los visitantes sobre lo que ha sido el impacto de los campesinos en Colombia, algunos gobernantes que han contribuido con la construcción de un mejor país y momentos cruciales que se encuentran marcados en las paredes de la casa, como en la piel de los colombianos, entre ellos El Bogotazo y la masacre de Bojayá. 

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«Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla», una frase que desde que la escuché se hizo imborrable en mi mente. Finca La Rivera permite conocer algunos de los momentos más relevantes de la historia y la violencia colombiana, con el fin de crear un espacio de reflexión, de patrimonio cultural. Un lugar mágico nunca contiene lo mismo, varía, se transforma; allí rodeada de cultura, naturaleza e historia hice mi reflexión.

En Colombia, los temas de cultura e historia del país no se tratan de manera profunda, los colegios tienen un enfoque más conservador; lo que hoy permite Finca La Rivera, es que en un espacio tan grande como este, niños, jóvenes y adultos nos formemos, aprendamos y conozcamos un poco del patrimonio cultural que existe en nuestra región.

Mi hermano Samuel disfrutó jugar con los animales y saltar en el trampolín, pero uno de los momentos que más le gustó fue recorrer la casa, ver las imágenes y preguntar ¿eche quién e’?, así como sentir el agua pura que baja por la montaña, pisar el barro y dejar huella. Samuel, de 3 años, y Guadalupe, de 10 meses y futura dueña de estas tierras, y el resto de pequeños que visiten la Finca se acercan en un espacio entretenido a su patrimonio cultural a través de un paseo por la memoria, una experiencia que quedará viva en las futuras generaciones.


Realizado por: María Alejandra Ávila, estudiante del Programa de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de Ibagué.


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