Regreso al campo
Autor: Sonia Osorio
Recomendaciones previas a la lectura de esta crónica: café negro y sin azúcar y quizá una buena pieza de Beethoven: https://www.youtube.com/watch?v=VFeRTANr_sw
Dos mil ocho. La era del Facebook. 4 de febrero: millones de colombianos, convocados por jóvenes a través de Facebook, marchan en distintas ciudades para denunciar los secuestros y a las FARC. Casi a la par en Cuba, Fidel Castro, renuncia a la presidencia tras poco menos de medio siglo en el poder. Lo reemplaza su hermano Raúl. ¡Buenas nuevas! Marzo inicia con una incursión militar en territorio ecuatoriano que deja como víctima fatal a Raúl Reyes, uno de los máximos jefes de las FARC. A los tres días de marzo, Ecuador rompe relaciones diplomáticas con Colombia por el bombardeo al campamento de Reyes. Se le suma Nicaragua. Pero nada que no se pueda arreglar con mucha diplomacia y un sabroso canelazo ecuatoriano. Siete de marzo: Álvaro Uribe, Hugo Chávez, Rafael Correa y Daniel Ortega se reúnen en República Dominicana y dan por superadas las tensiones derivadas de la incursión militar de Colombia en territorio ecuatoriano. ¡Salud! Al otro lado del mundo, monjes budistas se manifiestan y son reprimidos violentamente por las fuerzas armadas chinas. ¡Omm Shanti Omm!
Dos meses después, en el mismo año, las FARC confirman por medio de un comunicado que su fundador y máximo líder Manuel Marulanda, alias Tirofijo, ha muerto en las selvas colombianas a causa de un infarto. ¡Gloria a Dios! Ya para julio, Ingrid Betancourt es rescatada en una osada operación de los servicios de seguridad colombianos, tras seis años de cautiverio a manos de las FARC. Y, finalmente, el 20 de julio, mientras se celebraba el día de la independencia de la colonización española, nace en un hospital de Granada, Meta, Jerson Stiven Ospina Rubio.
A sus dos años de vida, en el año 2010, la familia de Jerson recibe nuevamente alarma de desplazamiento. “Nunca logramos acudir a ningún programa de reparación de víctimas del conflicto armado, una cosa es vivir en las zonas más centralizadas del país, en donde todo es de fácil acceso, hay más presencia del Estado, pero para nosotros, en la periferia del país, las cosas siempre serán más jodidas, hay mucho olvido”, dice.
Padre y madre de Jerson de meses de nacido
El siguiente destino…
Con bolsos al hombro, cargando más de cuarenta años de vida, y a la vera de la siempre cálida protección de sus padres, salen de nuevo hacia delante, en el camino, Jerson y su familia, buscando un lugar en donde pudieran vivir tranquilos, sin la zozobra que genera el no saber si hoy una bala te atraviese la piel. Así es que llegan al municipio de Agua Bonita, en el departamento de Cundinamarca. Allí todo parece tranquilo, por lo que se instalan durante tres años seguidos. Sin embargo, la familia Ospina Rubio, campesinos natos, amantes de las tierras fértiles propias del campo, deciden emprender nuevos horizontes.
De Bilbao a Planadas
Las calles húmedas, el día, la noche, el olor a café, a campo, a cacao. Una inmensa ilusión empezó a florecer dentro de Jerson con apenas cinco años, sin que él siquiera lo sospechara. Llegaron a Bilbao, un pequeño corregimiento del municipio de Planadas, al sur del departamento del Tolima, pero para Jerson este lugar representaba una jaula muy estrecha, él tenía alas más grandes que el mismo terreno y en su corazón muchos anhelos de salir a volar. En medio de situaciones muy violentas para la mirada de apenas un niño, fue allí en donde lograron comprar su casa, por lo que resistieron durante siete años.
Año tras año, Jerson recuerda, con mucho sentimiento, las situaciones de violencia a las cuales estuvo sometida su familia y él mismo. Fueron momentos de mucho temor: “Recuerdo estar en el colegio de Bilbao, yo tenía apenas seis años, cuando empezamos a escuchar una balacera, entendí que nuestro colegio iba a ser el centro del enfrentamiento entre el ejército y la guerrilla. Sentí mucho miedo, nos pidieron que nos tiráramos al piso. Yo hice caso. Las balas traspasaban partes de la estructura, los gritos y la angustia se apoderaron del salón de clases”. Son las palabras de Jerson, que a sus cortos 14 años de edad, habla con una madurez digna de un sobreviviente de la guerra en Colombia. Como este episodio, Jerson explica que hubo muchos más. “Desde que estuve en Bilbao hasta hace dos años, he sido testigos de al menos 15 enfrentamientos. He visto heridos, muertos… son recuerdos que aunque no quisiera tener en mi cabeza, siempre me acompañarán”.
Mientras Jerson crecía, sus padres lo veían muy inquieto. “Mi hijo piensa más rápido de lo que habla. Es un muchacho muy proactivo, quiere comerse el mundo de un solo bocado”, comenta Olimpo Ospina, padre de Jerson. Y sí, a sus cortos nueve años, con hambre y sed de querer conocerlo todo, este joven se hizo amigo de un señor que trabajaba con maquinaria pesada abriendo vías de acceso; no pasó más de un mes cuando Jerson ya estaba montado en diferentes máquinas aprendiendo a cortar y a manejarlas.
Con el transcurrir de los años, justo en la etapa de preadolescencia de Jerson, su familia decide que es momento de moverse de la zona. Quizá intuitivamente sus padres solo buscaban proteger a su hijo hasta que tuviera la edad suficiente para poder salir a volar sobre terrenos más amplios. Así es que para el año 2020 llegan a Planadas.
Allí, Jerson se siente libre, puede pensar, moverse y estimular su creatividad, parece no limitarse ante ninguna vicisitud. Luego de un año de vivir en suelos cafeteros, conoce dos cosas que le van a apasionar y forjarán el brillante futuro que parece augurarle a este joven: el café y el ciclismo de montaña.
Un día cualquiera, en medio del aroma de café propio de las tierras planadunas, Jerson despertó con una nueva idea: aprender lo que más pudiera sobre café y llegar a emprender algún día. Poco a poco fue visitando diferentes lugares y asociaciones que se dedican a la catación, tostión y barismo de café. “Recuerdo haber llegado a ASOPAZ, un gremio cafetero. Conocí a un muchacho que era catador y tostador, y sin que nadie me lo ofreciera, me quedaba allí, largas horas, aprendiendo a catar y a tostar”.
Más adelante se ofreció para trabajar en una cafetería del pueblo llamada Guailan. Allí logró afianzar sus conocimientos como catador e incorporó un nuevo conocimiento para su vida: el barismo. Sin embargo, ese ímpetu muy representativo de Jerson, no le permitió quedarse estático en un solo lugar; su jefe le propuso participar de la inauguración de la escuela de catadores de ASOPEP, y entonces fue así como llegó a tal asociación.
De allí en adelante ha participado como colaborador en ASOPEP, haciendo pruebas de cata, barismo y tostión. A pesar de que en un principio Jénifer, mujer líder en ASOPEP y catadora con certificación Q grader, dudaba de que Jerson tuviese la gran destreza, que luego de un par de pruebas, demostró tener y por lo que conserva aún su lugar como auxiliar activo de la asociación. “En este lugar he aprendido todo lo que se relaciona a las materias orgánicas de café, he conocido los procesos de fermentación de café…”, expresa Jerson…
Como Jerson, hay varios jóvenes que se han sumado, de la misma forma curiosa y sin ninguna intención de remuneración física, al campus de ASOPEP, para aprender diariamente sobre catación. “Para nosotros ayudar a catar es una forma de volvernos más expertos, y en realidad no lo hacemos con la intención de que se nos pague, lo hacemos más por dar las gracias a Jennifer por la enseñanza que nos ha brindado”.
Pero hay algo más que le mueve las pasiones a este inquieto e inteligente joven. El ciclismo de montaña. “En este deporte llevo más o menos un año”. La bicicleta libera las cargas porque solo puedes cargar tu propio peso. No te permite llevar nada más encima que tu propio peso, que con cada pedal se hace más y más liviano… hasta olvidarse todo… todo lo que duele, todos los recuerdos que quizá quieras sacar en las noches de tu cabeza, pero se hace difícil. “La bicicleta para mí es terapéutica, te hace sentir paz, te hace olvidar la maldad que hay en el mundo”, expresa Jerson, quien logró con el ciclismo de montaña, entender que la paz no es algo de lo que solo se puede hablar, es un camino que se recorre, son rutas inexploradas por miedo a entrar en zona roja, es saludar a la gente que te ve pasando con valentía en medio de personas que sabemos que son malas, es entender que esas personas también podrían entregar toda su energía al pedal para olvidar las tristezas y amarguras que los llevaron a cargar un fusil.
Hoy, Jerson se mueve entre la bicicleta y, para su fortuna, la iniciación de su empresa de café que lleva por nombre el mismo título que lleva esta crónica.