Historias de 12 horas de terror: Municipio de Dolores, Tolima

En Ibagué se encontraba Héctor Ramírez, un habitante de Dolores (Tolima), dueño de un puesto de venta de frutas y verduras en la galería conocida como la Plaza de Mercado del municipio. Héctor tiene 54 años de edad, de contextura gruesa, cabello negro con algunas canas y de ojos rasgados. Es padre de tres hijos.

Es costumbre que él viaje cada miércoles a Ibagué, debido a que tiene que madrugar todos los jueves a la plaza del barrio El Jardín a conseguir productos lo más frescos posible, para así volver al pueblo en su camión a venderlos. Productos que no se dan en Dolores como: mora, maracuyá, uva Isabela, entre otros.

En este relato también se encuentra Atanasio García, un hombre de cabello totalmente blanco, piel trigueña y de estatura media. Tiene 52 años de edad y es padre de cuatro hijos.

El día del encuentro, noté a Atanasio un poco serio y reservado al hablar, como dice el dicho «nadie sabe lo de nadie», pero en el transcurso del relato lo sabremos. De igual manera, le conté algunas anécdotas de lo que me había pasado en cada viaje de mi investigación, como para romper el hielo y así entrar en confianza.

− ¿Ustedes qué recuerdan de la primera toma guerrillera en 1999? —Pregunté—.
En ese momento Atanasio dijo en un tono fuerte: «¿Usted me viene a hacer una entrevista con qué motivo?»

Le expliqué de nuevo que mi intención era reconstruir lo que pasó en Dolores, frente a la guerra, y le hice saber que no pretendía buscar culpables, sino volver a la historia a partir de relatos. Yo entendía la posición de Atanasio, era de esperarse, ya que él fue un concejal reconocido en el pueblo y la mano derecha de Mercedes Ibarra, a quien culpan por ser la causante de la segunda toma guerrillera.

Rompe el hielo Héctor Ramírez:

−«La primera toma guerrillera ocurrió el 16 de noviembre de 1999. Yo supe de la toma guerrillera y por eso estoy con vida. Tenía un camión, ese camión se lo llevaron tres días antes, porque un guerrillero me dijo: “Necesito el carro para hacer un viaje”. Ellos no me dijeron para quién o para qué era. Le contesté: “No, yo tengo el camión guardado” y me dijo: “Lo espero a las 5:00 p.m., acá en la plaza con su camión”».

Toma guerrillera 1 Pie de foto

−«Yo les seguía diciendo: “No, no señor, qué pena pero yo no voy por allá” −¿Por qué, luego qué pasa? —Me decía el guerrillero de forma ordinaria— y le contesté: “Yo no manejo el carro porque tengo un problema de columna y no puedo manejar”  ¿Entonces quién lo mueve? —Preguntó el guerrillero—, le contesté: “¡Ah, no! Es que yo busco a un chofer”. − ¿Y quién es el chofer? −Resulta que, en ese entonces, había un señor que le decíamos ‘Pepinito’ y les dije que él era el que me manejaba el carro. El guerrillero seguía preguntando: “¿Y dónde lo encuentro?” Y yo le dije: “Pues búsquelo porque yo no sé dónde estará”».

−«La guerrilla fue a buscar al viejito, lo contactaron y él contento dijo: “Que bueno, que él sí iba”. A ‘Pepinito’ le pagaban por el día, pero seguro la guerrilla lo obligó o le dijo de una forma diferente. Ese día, a las 5:00 p.m., se llevaron mi camión, eso fue un viernes. Yo duré esperando el camión viernes, sábado, domingo, hasta el día lunes» —Dice Héctor—.

−«El día lunes nada que aparecía el camión, entonces por la tardecita yo preguntaba si ya habían llegado los carros y nada. En esa época la guerrilla se paseaba por el pueblo como siendo la seguridad y mandaban. Cada rato que ellos quisieran se llevaban los carros. Yo salí por la noche, siempre me acostaba temprano, cerca de las 6:00 p.m., me ponía la pijama y me metía a la cama a dormir. Pero, ese día mi esposa se encontraba en Ibagué. Yo dije que iba a salir un momentico y, cuando iba saliendo, me acuerdo tanto que me encontré con un policía que asesinaron esa misma noche. Él me saludó al frente de un hotel donde yo vivía y me dijo: “Hola don Héctor” −Y yo: “¡Hooolaaa!”».

−«Seguí caminando, miraba para todos lados y dije: “Bueno, alguien me dijo a mí que esa noche llegaban los camiones”. Entonces yo me fui caminando hasta donde un señor del pueblo que le decían ‘Jupa Jupa’ a ver si ya había llegado el camión. En esas me encontré a un amigo de apellido Echeverry, él me saludó y me dijo: “¡Ole, Héctor!, ¿usted qué hace por ahí? Y yo: “Nada, voy a ir donde ‘Jupa Jupa’ a mirar si ya llegó mi camión”. Él me contestó: “‘Jupa Jupa’ llega más tarde con todos los camiones, él se demora, ¿luego usted no sabe?” —me pregunta Echeverry—, y yo: “No ¿Qué paso?” −“Hoy se van a tomar a Dolores” y yo: “¡Quééé!, deje de hablar paja”. −Echeverry volvió y me dijo: “Sí, ¡pilas!, mejor váyase para la casa que esto ahorita se toman a Dolores”».

−«Recuerdo que cuando me dijo eso, eran más o menos las 7:30 p.m., cuando iba bajando en busca del camión, había visto ya al guerrillero otra vez, el mismo que se había llevado mi carro. Lo vi en el hotel y en ese lugar también vi mucha gente, eso era lleno de personas y a mí se me hizo raro que un día lunes el pueblo estuviera tan lleno».

−«En esos tiempos, como también molestaban con el cuento de la amapola y en ese hotel era la llegada de todos los amapoleros, yo dije: “Bueno, de pronto será eso”, —sostiene Héctor—. Apenas volví a ver al guerrillero me le fui detrás, le decíamos alias ‘Miguel Tontinas’, lo llamé y me dijo: “¿Qué paso?” Y yo: “Hágame un favor, mano, ¿verdad que esta noche se van a tomar a Dolores?” y me contestó de manera agreste: “¿Quién dijo eso?” Y le respondí: “Mire que yo vivo al lado del cuartel de policía, ustedes se meten, me matan y acaban con mi casa, con todo, colabóreme, mano, y yo me salgo”. El guerrillero me contesto: “¡No, no, no… joda, vaya échese a dormir mejor!, deje de pensar en pendejadas. Yo me fui entonces calladito pa’ arriba donde quedaba mi casa».

Esa noche, la gente caminaba normal por las calles del pueblo, el cuento era que se iban a tomar a Dolores. El rumor de la toma guerrillera se había escuchado muchas veces, pero ya la gente no creía, sólo hasta escuchar el primer disparo.

−«Me fui a una tienda con unos amigos, llegó un señor que lo apodaban ‘Lengua lija’, habitante de Dolores, y me regaló unos bananos en una caja. Nadie hablaba ni conversaba sobre lo que iba a pasar, entonces yo tampoco me atrevía a hacerlo. Después, fui a sentarme al andén de mi casa y se me hizo tarde, porque me entré a mi casa a eso de las 8:30 p.m. A las 9:00 p.m., llegó mi esposa y le dije: “Oiga, ¿usted a quién vio por ahí? ¿No escuchó que esta noche se iban a tomar a Dolores?” −Me respondió: “¡Qué!, eso es pura paja, en la calle no hay nadie, eso está tranquilo”. Sin embargo, me fui para el segundo piso y miraba por la ventana. Empecé a ver mucha gente extraña que nunca había visto y estaban vestidos de forma diferente. Ya faltando 15 minutos para las 10:00 p.m., vi un señor con sombrero, poncho y botas de plástico que se pegó a la pared del cuartel de policía, bien pegadito y yo le dije de una vez a mi mujer: “Venga, mire, ¿usted si ve ese tipo? ¿No lo ve raro?” Y ella me contesto: “¡Ay!, sí, se ve como raro”, —contestó angustiada—. Ella tanto que me decía que no y que no que nos acostáramos», narra Héctor.

−«Le dije a mi mujer: “Camine, vámonos para la otra casa”. Allá yo tenía un local pequeño. Insistí y le dije que nos fuéramos, nada perderíamos con irnos a dormir a otro lado. Antes de irnos cogí un televisor grande que tenía nuevo, lo incruste debajo de una poltrona, eso fue lo único que me llevé. Yo no cogí plata, documentos, ¡nada!, yo me fui vacío. Me encontré en esas a don Atanasio y le dije: “¿Usted si sabe que esta noche se va entrar la guerrilla?” Y me acuerdo tanto que me dijo: “¡Qué va!, no le creo”», afirma Héctor, al reconstruir los hechos.

Héctor continúa:

−«La cosa es que yo llegué donde Atanasio y le comenté que iba a haber una toma guerrillera. Nosotros decíamos que iba a haber toma, pero la verdad es que nunca habíamos vivido una toma guerrillera; sí escuchábamos balaceras que cada rato se formaban. Lo cierto fue que llegué donde Atanasio y me dejó entrar a su casa. Atanasio no me creía, él se asomaba a la puerta y yo le decía: “Échese para adentro, qué tal que estén por ahí”».

− ¿Cuántos guerrilleros se tomaron el pueblo? —Pregunté—.

−«En los libros y en las noticias dicen que fueron 100 guerrilleros en esa toma, pero eso fueron más. Esos 100 guerrilleros solamente estaban en una esquina. Me acuerdo tanto que me entré a dormir con mi mujer y yo cierro la puerta cuando se enciende un solo tiro de pistolas que hacía “ticlín”. Eso era como un aviso. La toma empezó a las 10:00 p.m., y termino a las 12 del mediodía. Fueron 12 horas de guerra… pura guerra. Yo pasé una noche de perros, junto con mi mujer. Ella estaba en una esquina que se orinaba del susto. Cuando por la mañana sentí que me golpearon la puerta, yo dije: “Nos mataron acá”, aunque la balacera seguía común y corriente, —relata Héctor—. En ese momento era Atanasio que me decía que podía salir, que el problema seguía siendo en el parque central».

−«Cerca de la 1:00 pm yo me asome por una ventana a ver mi casa y lo único que veía era guerrilla saliendo del pueblo. Era tanta guerrilla que se confundía con la multitud de la gente. Lo único que se veía en la calle eran ladrones que empezaban a saquear todo lo que quedaba destruido. Recuerdo que me fui caminando para mi casa y lo único que veía era el hueco y ladrones. Mi casa era de dos pisos y de eso no quedó absolutamente nada. Quedó destrozada» —manifiesta—. «Yo no lo podía creer. Apareció 'Joselito', él llegó a la casa donde yo pasé la noche, le pregunté: “Oiga, 'Joselito', ¿cómo ve mi casa?” Él se quedó callado varios segundos y me dijo: “Don Héctor, por allá no se ve nada, es nada” ('Joselito' aún no era miembro de las Farc-Ep) “¿Cómo así que no se ve nada?” −Me responde 'Joselito', “sí, pues no se ve nada”, entonces él salió y se fue».

 Después de las dos tomas guerrilleras, en el sector donde era la casa de Héctor Ramírez, después de 18 años, aún quedan los escombros de este hecho. Sólo se ven tejas y las paredes de aquel lugar.

Héctor Ramírez pie de foto

−«Mi esposa, cuando llegó al lugar de los hechos, casi se vuelve loca. Nosotros nos fuimos y nos sentamos a contemplar lo que había sucedido. No lo podíamos creer. Tengo una anécdota que no se me olvida y a ella tampoco. Esa semana, antes de haber ocurrido la toma guerrillera, yo viaje a Neiva y le había comprado a mi esposa unas chocolatinas ‘Ferrero Roche’ y bueno, nosotros estábamos sentados entre los escombros cuando pasó una señora ahí delante de nosotros, coge las chocolatinas y se las mete al bolsillo. Mi mujer se para enfurecida y le pega un grito “¿Qué le pasa? Señora, respete”. La señora no tuvo otra que devolver las chocolatinas a los escombros».

− ¿Y usted qué estaba haciendo en ese momento, Atanasio?

−«Yo no acompañé a Héctor, porque yo veía todo desde mi casa. Ese día de la toma guerrillera, me fui para mi habitación, apagué la luz y me puse a orar. Le preguntaba a Dios, que me diera un avisó si era verdad. Me acuerdo tanto que en ese momento se escucharon los gallos cantar y fui le dije a Héctor que se fuera, porque no demoraba de empezar la balacera y, preciso, así fue. Esa noche la pasamos sin dormir, fue una noche muy difícil. Al otro día madrugué a buscar a Héctor, nosotros siempre hemos sido muy unidos. Lo vi sentado ahí encima de los escombros, le dije: “Vamos y nos tomamos, así sea un tinto o cualquier cosa”, porque los nervios no nos dejaron hacer ni un bocado de comida, estábamos muy asustados. Ya en el transcurso del día, nos bajamos para el parque central a ver qué seguía pasando y notamos el destrozo tan verraco. Uno en un pueblo tiene muchos amigos, en ese momento nos contaron que iban a fusilar a los policías. En ese momento la señora Cielo Ortiz fue la que se reveló. Ella fue la única mujer que se pronunció y les dijo que les perdonaron la vida a ellos».

−«Cielo Ortiz fue mujer y hombre» —asevera Héctor—.

Cielo Ortiz pie de foto

Cielo Ortiz es una mujer que es recordada por todos los habitantes de Dolores. Una mujer de cabello rubio, alta, ojos azules, contextura delgada. Su familia también fue víctima del conflicto armado por más de 15 años, en este municipio. Debido a esto tuvo que emigrar hasta a Neiva, en el Huila, para continuar sus estudios de arquitectura. Después de 18 años, el pueblo la recuerda como símbolo de vida y carácter. En el momento más cruel de la toma del año 1999, la guerrillera apuntaba con sus fusiles en el rostro de cada uno de los policías y, sin importar el peligro, ella fue la única persona que se manifestó entre más de 1.500 habitantes ante a los comandantes de los diferentes frentes de las Farc que ese día se tomaron al pueblo, con una frase que decía: “¡No es justo, no sean cobardes, por favor perdónenles la vida!” Eso sucedió al día siguiente de la toma guerrillera, a las 12 del mediodía la estación de policías ya no tenía cargamento para defenderse.

Cielo se convirtió en la heroína del pueblo. Creyentes del municipio manifestaron que fue Dios hablando a través de ella. A pesar de que muchas personas la recuerdan, ella no volvió a visitar su pueblo natal, debido a las amenazas que recibió. En la actualidad, trabaja como gerente en una prestigiosa compañía del país y con deseos de aspirar a la Alcaldía de Neiva.

Héctor hace memoria y relata:

−«Un año atrás de la toma guerrillera, yo me había casado y me fui a vivir con mi mujer. En ese entonces los dos teníamos dos juegos de alcoba, dos neveras, dos equipos de sonido, dos camas... así, todo de a dos. Cuando pasó la toma guerrillera quedamos sin nada, sin una olla, plata, sin nada...» − ¿El gobierno les ayudó con algo? −«Solamente nos dieron 472.000 mil pesos» − ¿No más? −«No más, imagínese usted qué se puede hacer con ese dinero, pues nada. Esa cantidad se la dieron a todo mundo, el que quería decir que se le cayó un palo, tenga sus 472.000 mil pesos. Yo quedé inscrito como damnificado y desplazado, hace poco una fiscal me explicó que si yo quedaba sin nada era damnificado a diferencia de Atanasio que es desplazado».

El pueblo quedó acabado, mucha gente emigraba, la guerrilla permanecía por las calles. A la Policía se la llevaron y nunca volvió a haber seguridad en el pueblo. Empezaron a amenazar a la gente, por ejemplo: si usted tiene un hijo en el Ejército, lo mataban. Esa vez mataron al finado Luis. Si a usted lo veían hablando con un soldado hasta ahí llegaba.

−«Yo me acuerdo que ocurrió un caso una vez, resulta que yo me la pasaba donde Miguel Collazos (habitante de Dolores), cuando llegó el sicario Yeison. Él ahora vive aquí abajo, si quieren lo puede ir a entrevistar», —entre risas—. «Volviendo al tema, en esos tiempos, las tiendas quedaron solas, si entraba una persona era mucho. Había mucha soledad. Eso era algo terrorífico, hacía frío, un helaje a toda hora, antes no asustan allá. La tienda de Miguel Collazos tiene cuatro puertas, entonces el sicario entró y miró para todos lados y los que estábamos en la tienda nos miramos con miedo. Cuando llegó, entró por otra puerta y quedó más cerquita de nosotros. Nos miró fijamente. Recuerdo que esa vez me puse erizado y nadie hablaba, entonces el sicario se fue para la otra esquina y encontró a ‘Pati amarillo’ y lo mató (Q.E.P.D). Apenas escuché los tiros, ¡corran! Y pegué la carrera para donde yo vivía», —recuerda Héctor—.

Toma guerrillera 2 Pie de foto

Interviene Atanasio:

−«Eso era cosa una muy brava. Un día estaba comprando vasijas por allá en San Pedro (vereda del municipio de Dolores) iba con los costalitos en el hombro. En uno llevaba las chichiguas (poco dinero) para comprar, cuando preciso yo venía bajando y él subiendo, me lo encontré de frente, me salió a la carretera y me dijo: “¿De dónde viene?” Y yo: “Nada, por ahí mirando unas plantas de tomate”. En ese tiempo cultivaba. Usted no sabe el miedo que era encontrarse al sicario en medio del monte», −«Dígamelo a mí que yo me encontré al sicario acá en Ibagué, un día normal estaba en la plaza de El Jardín, yo sentí que alguien me miraba, como el desgraciado ese tenía ojos bonitos, eran verdes», —dice entre risas Héctor—. «Eso hablar de estas cosas es delicado. mijita».

Segunda toma guerrillera

Atanasio explica por qué ‘Joselito’ se integró a las Farc, en la segunda toma guerrillera:

−«Yo recuerdo a ‘Joselito’ como mi amigo, nosotros trabajábamos de la mano. Él estaba colaborando en la Defensa Civil y yo estuve un tiempo pa’ lo que fuera con él. Siempre ayudándole para un enfermo o para cualquier cosa, pero solamente en las cosas buenas. Él le pedía al Estado que le colaborara porque quería hacer como una fundación, una vaina donde él pudiera sacar provecho, o provecho no, sino mejor tener un reconocimiento».

−«Uno muchas veces hace algo para que se lo reconozcan. Aunque a ‘Joselito’ nunca le pusieron cuidado. En esas llegó la guerrilla le brindó mejores cosas y se fue. Al mes que él se insertó a la guerrilla, nosotros estuvimos hablando y yo le decía: “Mano, para qué se mete en esa vaina, mire que su mamá y su papá sufren”, 'Joselito' me contestaba: “Lo que pasa fue que yo me mamé de pedirle al Estado que me ayudara, me colaborara y nada, entonces ahora vamos en contra del Estado a ver quién va a ganar”. Esa fue la ideología que a él le metieron y le lavaron el cerebro».

−«Nosotros, en compañía de ‘Joselito’, queríamos hacer una fundación de ancianos, porque una vez íbamos caminando y vimos a un viejito que tenía ciento y pucha de años que lo habían botado entre el monte. Yo vivía por ahí cerca y la gente de alrededor me fue a buscar y me dijeron: “Don Atanasio es que por allí hay una vaina que nos asusta y eso brama y no sabemos qué cosas más”. Entonces, yo me fui y le dije a ‘Joselito’, mire que pasa esto y nos fuimos; abrimos trocha y nos encontramos con el viejito de ciento y pucha de años que lo habían abandonado por ahí. Lo primero que hicimos fue sacarlo del monte, pedimos plata y lo tuvimos en la caseta comunal del pueblo, le pagamos a una señora para que lo cuidara. Siempre pedíamos una cuota para la alimentación y para que lo asistiera, mejor dicho de todo eso se acuerda uno», —Dijo Atanasio—.

Interviene Héctor:

−«Yo tengo una anécdota de ese día, resulta que yo vivía en la calle segunda del municipio de Dolores, eso es diagonal en la cancha de tejo. Me acuerdo de que me llamaron desde un helicóptero telefónicamente y yo dije: “Buenas tardes, habla con el señor Héctor Ramírez ¿Con quién hablo?” −Me dijeron, habla un general o coronel, no recuerdo muy bien. Cuando me preguntaron “¿Usted dónde se encuentra?” Yo le dije: “¿Usted para que quiere saber? ¿Usted quién es?” −Contestaron: “No se preocupe, somos del lado bueno, encima de ustedes está la Fuerza Pública, si usted tiene forma de asomarse, va darse cuenta que muy alto hay un avión”. Yo me fui a mirar y, sí, efectivamente estaba el avión lejos y muy alto. Esa toma guerrillera empezó a las dos de la tarde, a la Policía los cogieron jugando fútbol por eso hicieron lo que hicieron. Esa noche mataron a Fabio Ortiz, por estar asomándose», —Recuerda Héctor, al reconstruir los hechos—.

− ¿Qué pasó con Mercedes Ibarra? —Pregunté—.

−«A Dolores lo acabaron por la lengua de ella. Sí, ella era verraca, hablaba y toda la cosa, pero ella no tenía el respaldo de Uribe (Presidente de Colombia en el 2002). Él estaba hasta ahora acomodando las cosas entre el gobierno y las Farc. Lo único que hacía era alborotar a las Farc. Yo pienso que no iban a matarla a ella, sólo la asustaban por estar hablando por los periódicos», —dijo Héctor—.

Atanasio:

−«En mi caso, yo era concejal y, lógicamente, ese día no había sesión ordinaria, sino extraordinaria de la Alcaldía (reunión que se hace para analizar los proyectos del Gobierno). Mercedes Ibarra era una mujer que tenía su temperamento, pero también tenía sus cosas buenas. Mi mujer trabajaba con el Bienestar Familiar, mis hijos estaban estudiando, cuando empezó la balacera a las 2:00 p.m., yo me acuerdo que estaba en la casa de mi mamá cortando unos palos de leña. En esa época, mi papá tenía un carro Renault 4 y me decía que lo entrara y yo no, eso que se pierda».

−«Ver con los propios ojos de uno como volaban los cilindros, era impresionante. Yo me desesperé porque vi las cosas muy duras para el municipio, dije: “Esto va a ser una catástrofe muy grande”. Entonces, salí forrado con una sábana blanca de pies a cabeza, gritaba y lloraba diciendo “¡El pueblo quiere paz, el pueblo quiere paz!”, yo no miraba a mis costados y cuando llegamos a la parte donde estaban tirando los cilindros, yo me hice de frente de los cañones de la guerrilla diciendo: “¡No acaben con el pueblo, por favor, hagamos cese al fuego y ustedes se van!”. Entonces, integrantes de la Farc respondieron: “Dígale a los policía que necesitamos los uniformes y los fusiles”. Eso era ilógico, era como decirle a la guerrilla que entregara también sus armas. Pasaron como siete horas, el cerro de 'Los Mangos' se incendió», —relata Atanasio—.

En ese instante, Atanasio entra en confianza y empieza a relatar con nostalgia un suceso que aún persiste en su memoria y en la de su familia:

−«El 13 de agosto fui notificado, supuestamente por las AUC, de que los concejales éramos objetivo militar y que teníamos que abandonar el pueblo en 24 horas. Esa vez todos estábamos cagados del miedo, nos salimos y nos vinimos a dormir en las calles de Ibagué. Llegó el 22 de agosto de 2002, recibí una carta oficial con el emblema de las Farc, la cual decía que éramos objetivo militar y que teníamos que irnos, pero ya que, nosotros ya estábamos en Ibagué».

En ese momento, dice Atanasio con tristeza:

− « ¿Qué más le puedo decir yo? y él mismo se responde: “Mis sufrimientos, todo lo que he tenido que vivir acá…» −Atanasio se queda mirando un libro que tenía en la mesa de la entrevista, el libro se llama “Gobernar con tres estados, un Gobierno Obligado” escrito por la exalcaldesa de Dolores, Mercedes Ibarra. −Sostiene Atanasio: «En ese libro que usted tiene, —mencionan mi nombre—, yo fui el único concejal leal con Mercedes Ibarra».

Héctor interviene:

−«Ese libro es muy fuerte, en ese libro se expresa lo que ella hizo siempre, ser muy bocona».

−«El problema no es que ella sea bocona o no bocona. Muchos habitantes de Dolores han reprochado la administración de ella, porque nos tocó la época de más violencia, pero si alguien se sienta y se pone a pensar bien sobre si esa señora no se hubiera amarrado los pantalones, Dolores seguiría dominado por la guerrilla», —dijo Atanasio—.

−«Yo recuerdo que me quedaba a dormir en las calles del centro. Me puse a mirar qué hacía para poder salir adelante» − ¿Cuántos años tenía? −«yo tenía 39 años cuando pasó eso. Me levanté manejando el taxi de un compadre, todo lo que producía en el carro se lo pasaba a él. Yo ya conocía Ibagué. Después de tanto andar vi un letrero que decía que vendían un restaurante. Le comenté de la venta a mi mujer y a mi papá, porque yo no tenía plata, ellos llegaron a un acuerdo de comprarlo en compañía. Mi mujer pidió una liquidación de las cesantías y mi papá tenía unos ahorritos. Desde ahí empezamos a trabajar juntos, durante 3 años. Mi papá se aburrió de la ciudad y se fue para el pueblo otra vez. Entonces, decidimos comprar la parte de mi papá con tres becerritos que teníamos».

Atanasio empezó a bajar el tono de su voz, sus ojos empezaron a delatar la tristeza que sentía al contar su relato. En ese momento, una lágrima en su rostro empezó a bajar por sus mejillas y dice:

−«Me empezó a ir bien en el restaurante, pero yo seguía amenazado de algún lado, no sabía de qué parte pero seguía amenazado. Es triste contar esto, porque es muy duro. La hija mía se fue a trabajar y saliendo de trabajar la secuestraron. Aunque, afortunadamente, el mismo día la dejaron libre. Esa noche, como a las 10:30 p.m., sonó el teléfono, yo no tenía celular, esa vez marcaron fue al teléfono del restaurante y me confirmaron que efectivamente la tenía la guerrilla. Mencionaron que no tenía que dar plata. que mi hija me llevaba la razón. Yo no hacía si no llorar…».

−«A la 1:00 a.m., a mi hija la dejaron a dos cuadras de donde yo vivía, la ‘jondearon’ (sacar a la fuerza) y la tiraron con los ojos tapados desde un carro. La ciencia de ellos era que yo no tenía derecho de progresar, tampoco trabajar. Mi negocio ya estaba bien avaluado y me tocó venderlo, al menos para recuperar algo. Eso fue muy duro. Después me puse a asar arepas, con dos libras de maíz hacía de 30 a 40 arepas y las vendía a 50 pesos. Yo sentía ganas de morirme, pero a lo último me dije a mí mismo: “Nos vamos es pa’ arriba” y, de un momento a otro, me volví a levantar asando arepas» − ¿Cuántas arepas vendía por día? −«Bastanticas, yo las entregaba en las tiendas y las preparaba adentro de la casa. Toda la familia trabajaba para sobrevivir y conseguir el alimento».

Ellos, aún esperan que la justicia haga valer sus derechos como víctimas del conflicto armado, sin importar cuánto tiempo haya pasado, sólo desean recuperar lo que algún día la vida y el conflicto armado les arrebató.

 


Ralizado por: Lizeth Carolina Holguín Cardozo, estudiante del programa de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de Ibagué.

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