La profe que ha vivido grandes acontecimientos en Colombia

Aunque la angustia es una constante en sus días, también se muestra como una mujer madura, pues sus 68 años le han permitido recoger sabiduría, ha vivido de cerca los acontecimientos que han escrito la historia del país.

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  María Gilma Martínez.

«La situación está muy complicada, por eso no es bueno salir», es lo que siempre dice María Gilma Martínez de Bernal, mientras escucha la alocución diaria presidencial. Habitualmente se ve preocupada, le angustia la situación que afronta el mundo, y cómo no, si constantemente han dicho que los más afectados con esta pandemia son las personas de la tercera edad, población a la que pertenecen ella y su amado esposo de 80 años, Felipe Bernal Balbuena, Tato, como lo ha llamado durante sus 46 años de matrimonio, tiempo que les ha regalado un hijo, dos nietas y un nieto.

Se levanta temprano todos los días, se la pasa en la cocina o haciendo sus tradicionales manualidades. Últimamente se sienta junto a la máquina de coser que tiene en el patio a confeccionar tapabocas, ha buscado tutoriales por internet, de ahí ha sacado los diseños y con todas las telas de diferentes colores y motivos que tiene los elabora, así se distrae un poco de la preocupación que la aqueja a diario. No ha salido ni a la puerta para recoger los domicilios, situación que a su esposo le molesta pues ella siempre cree que falta algo en el mercado o llegó lo que no era. Se ingenió la manera para poder subirlos por el balcón y así no tener contacto directo con ninguna persona que no haga parte de su familia, pues viven con ella y por sus exigencias tampoco se han permitido cruzar la puerta que lleva a la calle.

Aunque la angustia es una constante en sus días, también se muestra como una mujer madura, pues sus 68 años le han permitido recoger sabiduría, ha vivido de cerca los acontecimientos que han escrito la historia del país. Es así como este aislamiento no es el primero por el que ha tenido que pasar, pues hace 50 años el entonces presidente Carlos Lleras Restrepo decretaría un estado de sitio y toque de queda en la ciudad de Bogotá. Era un 19 de abril de 1970 y los candidatos Misael Pastrana Borrero y Gustavo Rojas Pinilla se peleaban la presidencia de Colombia. El último boletín de la Registraduría, emitido en horas de la noche, indicaba que Rojas Pinilla sería el nuevo gobernante, sin embargo, para la sorpresa de todos, el 20 de abril se anunció como presidente al candidato Pastrana Borrero, acontecimiento que desató desordenes públicos y señalamientos contra el gobierno por un posible fraude electoral, hechos que llevaron a Lleras Restrepo a adoptar la medida de toque de queda.

En esa época, Gilma era apenas una adolescente de 16 años que no entendía mucho de política y que por culpa de otros tuvo que estar encerrada durante varios días sufriendo como ahora la incertidumbre de los días venideros, rezando para que pronto pasara toda esa odisea. Como en el presente, también distrajo sus días dedicándolos a las manualidades, actividad que desarrollaba con su hermana Aída y su tía Irene Martínez, quien tenía una floristería.

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  Gilma Martínez en su adolescencia.

Gilma se había ido a vivir a Bogotá escapando de la violencia que azotaba el departamento del Tolima y que se volvió a topar de frente en la capital. Nació el 9 de diciembre de 1953, en el corregimiento llamado Cocora, allí su familia tenía una finca muy bonita y próspera, vivían en medio del canto de las aves y el arrullo del río, pero la violencia bipartidista hizo que la guerrilla un día los sacara a las malas de su hogar, obligados vendieron lo que tenían y se desplazaron hasta zona rural de la ciudad de Ibagué. En la vereda Cay compraron un terreno y volvieron a empezar.

Al cumplir los 12 años, la tía soltera de la familia le ofreció irse a vivir a Bogotá y cubrir sus estudios. Su tía contaba con una buena posición económica, pues trabajaba como contadora, además tenía su propio negocio y su hermana ya hace un tiempo se había ido, lo que terminó de motivar a Gilma para abandonar la tierra pijao e irse a buscar las oportunidades que lamentablemente en su terruño eran limitadas.

En Bogotá conoció todo lo que sabe hoy en día, vivía feliz y plena, sus días de estudio eran maravillosos y lo que más disfrutaba eran las clases de música. Por su parte, su hermana ya se encontraba haciendo un curso de manualidades y llegaba todos los días a casa a practicar y a hacer sus trabajos, de allí que Gilma aprendió, pues motivada por invertir su tiempo libre se sentaba al lado de su pariente y la imitaba mientras su creatividad florecía.  Juntas hacían trabajos de decoración, tarjetas, repostería, modistería y por el negocio de su tía también se dedicaban a la floristería; creaban todo lo que se exhibía en la tienda: arreglos para cumpleaños, bodas y decoración de eventos.

Los primeros años que vivió en Bogotá transcurrieron en total normalidad, estaba feliz pues su experiencia fue un constante aprendizaje, todo estaba bien y fue bueno hasta aquel abril de 1970, cuando le tocó recordar lo que pesaba la violencia y vivir su primer toque de queda, tan abrumador para ella como el actual. 

Aunque ambas son situaciones de encierro, guardan notables diferencias empezando por el contexto en que se desarrollan  y en  la manera en que Gilma percibe cada una. Aunque en la primera tenía miedo, ahora el temor es más grande, pues el aislamiento ha sido mucho más largo, parece una historia de nunca acabar y ha sido una situación que ha dejado muchos más muertos, «en ese entonces si uno salía a la calle se moría de un disparo, porque a la Policía no le importaba nada, ahora también uno se puede morir si sale a la calle, pero sin precauciones sanitarias» [sic].

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  El miedo que refleja por la situación actual.

Las formas de comunicarse también son diferentes en cada caso, hace 50 años no existían suficientes teléfonos, solo uno fijo por cada familia, tampoco había tantos medios de comunicación y acceder a los artículos de primera necesidad era imposible, no como ahora. Solo una cosa permanece intacta desde aquel toque de queda, es el amor y gusto que María Gilma guarda y ha profesado por las manualidades, actividad que orgullosamente la han llevado a confeccionar desde accesorios como relojes, pulseras y aretes, hasta prendas de vestir como blusas, pijamas, que todas las mujeres de la familia Martínez Bernal tienen gracias a ella, y ahora los tan necesarios tapabocas. Todas sus creaciones son originales, no ha copiado ninguna, para hacerlas se inspira en algo, hace una lista de materiales y proceso de elaboración, también diseña un borrador y empieza a confeccionar la magia.

El toque de queda de 1970 influyó enormemente en la vida de Gilma, ella ya tenía la idea de convertirse en profesora, pues sus maestros siempre la inspiraron, especialmente la señorita Trina, quien le orientó en 5º de primaria todas las áreas. Pero este evento histórico para el país la motivó aún más, pues le recordó a la brava la realidad de su querida Colombia y quería poder llevar amor y educación con la esperanza de que algún día cesara esa guerra que hacía tanto daño a los niños en edad escolar. En Bogotá estudio en la Normal y con orgullo se hizo profe, tiene una licenciatura en Básica Primaria.

Ejerce la profesión desde los 18 años, terminó de estudiar y se fue a vivir a Ortega, en busca de trabajo, pues su sueño siempre fue regresar a la tierra del Vinotinto y Oro. Un señor llamado Hugo García, que trabajaba en la Gobernación, la ayudó en su nombramiento. Así se desempeñó durante 4 años en zona rural del municipio de Ortega y desde entonces «se ha caracterizado por guiar a sus niños, darles consejos y educación para que sean rectos en su futuro» [sic], dice su cuñado Germán Gallego

Este municipio del sur del Tolima no solo le abrió las puertas al mundo laboral, también le presentó a Tato, él era policía y estaba asignado a la vereda en donde trabajaba la profe. Era un hombre agradable y buena gente que quiso pretenderla. Empezaron a salir como amigos, hasta que después de 2 años se hicieron novios, romance que nunca la apartó de su prioridad que era la enseñanza, prueba de ello es que después de pedírselo por 6 años, Gilma por fin aceptaría casarse con Felipe. Al principio no estuvo tan segura por miedo, pues él era un hombre mayor y además militar, por lo que sus padres no lo terminaban de aceptar. Sin embargo, después de haberlo conocido por tanto tiempo, y a su familia, no tenía motivos para dudar unirse en matrimonio a él. 

A pesar de la marcada tendencia de mando que predomina en los militares, quien ha llevado las riendas de la relación ha sido Gilma, «por mi forma de ser y la forma de tratarlo a él siempre cede a lo que yo digo» [sic].

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  La profesora y su militar.

En tiempos de cuarentena, este matrimonio se ha mantenido fuerte. Tato, a pesar de su edad, es un hombre muy activo e independiente y esta situación lo ha afectado mucho, ha cambiado sus estados de ánimo y se molesta casi por todo, pero su esposa es paciente, está pendiente de sus necesidades, le tintura el cabello, lo consiente y, como rutina diaria, se sientan juntos en el balcón alrededor de las cuatro de la tarde para compartir el café: «yo llevo la batuta, nunca me la he dejado quitar, aquí se hace lo que yo diga y por eso ha funcionado» [sic], dice Gilma.

Su contextura gruesa, piel morena y cabello largo de color café, igual que sus ojos, combinan a la medida con su personalidad, «una mujer estricta pero benevolente», carácter que ha forjado a través de su trasegar por la vida. Su sobrina Catalina Gallego, la describe como una mujer «extrovertida que siempre está sonriendo y con un gran carisma, a veces un poco gruñona», es por esto que en casa nadie se ha atrevido a salir en lo que va de la cuarentena, pues su palabra es la ley. Su temple fuerte la ha convertido, a través de los años, en la cabeza del hogar.

Con esperanza espera que el futuro sea más prometedor, desea poder reunirse con toda su familia, salir a caminar al parque sin temor, poder abrazar y saludar de beso en la mejilla a sus amigos y amigas y no volver a usar ese tapabocas que no la deja respirar bien. Los miembros de su familia también añoran verla pronto, pues la quieren mucho, incluso la consideran una segunda madre para todos.

Mientras todo esto pasa, toma el teléfono y los llama, ora y hace el rosario pidiendo por la familia, la salud y por la misericordia de Dios para que se lleve el virus. Se toma una aromática y se sienta a coser o a ver pasar los días por el balcón.


Realizado por: Angie Valentina Bernal, estudiante del Programa de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de Ibagué.


 

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